martes, 24 de julio de 2012

Julio


Volar
Volando como Ícaro
En las cerezas detenerse
Encontrar  lo frugal
Los trazos del vuelo
Se hacen con alas, como
Los pies al caminante,
Como el hedor al muerto;
Así volar
Volando
No a los cielos infestados
De siluetas inamovibles
Tampoco encima del monte
Que mece tu vestido
Ni bajo el agua
Que moja tus pies descalzos
No así,
Pero volar
Volando
Sin las plumas, ni los brazos
Sin la fuerza ni el descaro
Flotar
Volar  como el diente de león
Y las criaturas que duermen
En pistilos de flores
Fútil mi pensamiento antes del vuelo
Se oscurece, se marcha
Anochece y yo no sé volar.

miércoles, 18 de julio de 2012

Idilio


Regresa
Veo inicios, se asoman desenlaces
Y usted, ahí de pie
Como queriendo acercase sin pisar el suelo
Como queriendo vivir.
Como queriendo morir…

Regresa
Insiste y recuerda que las nubes se han hecho para usted,
Ese globo amarillo que calienta la ciudad en las tardes
Está por usted,
Para lamerle la piel,
Para encandilarle

Regresa
Sabiendo que esta mujer,
Poesía de noche,
Prosa de día,
Le prepara cubitos de aire
Para que los respire
Para que le erosionen los pulmones
Cansados.
Saturninos.

Regresa
Mientras yo despejo
Y aclaro
Mientras yo levanto mis ojos al azul infinito
Usted regresa,
Melodías
Nimiedad
Oscuro
Enfermo

En todas direcciones está usted
Esperando
Y adelantando por tramos incoloros,
Donde me pierdo.

Me descuido y las moscas besan mi ser,
Crezco como el pasto
Para ser pisada y volver con verde intenso
A trazar rutas.

Usted se va,
Cuando miedos corren en dos pies,
Asechan luces intermitentes,
El tiempo quemante se hace cómplice,
Dentro de usted se eleva el verso;

Pero no vuelve,
Desde los dedos
Y en la locura de un eco estridente
Usted regresa,

Regresa
Persiguiendo estos síntomas,
Este bamboleo que enciende fibras,
Guardándome en el alma
Unas cuantas cifras enredadas,
Unos besos furtivos…

Regresa

Yo estoy.

Este camino es alumbrado por focos
Blancos, en el bordillo hay un hombre sentado
Y la rosa en su mano;  esperando.
 ...
¿Me detengo?

jueves, 12 de julio de 2012

Embeleco.

La mordaza del día se impone.
Luz incesante de neón en tus pupilas,
Emerges del profundo mar.


Tus dedos suavizan la tela que me acalla y
Despacio desapareces el nudo,
Las heridas,
Las marcas.


Como un gorrión,
Trinas y bailas en la pesada mañana,
Haces para mis ojos la caricia,
El verso y el poema.


Te miro brillar en la madera del huerto,
Adornas con calidez la simpleza del cielo
Y, sin lastimar, eres asesino, verdugo y guardia.


Música es tu movimiento,
Azules tus ensueños,
De diamantes y alas de serafín están hechas tus ropas,
Eres navío en mis piernas,
Las sombras son tus finos pies,


Eres el fin de la guerra, mi armonía.
Mi paz y mis vientos,
El timón circular,
Mi descanso, reposo y acierto.


Fulminante señor de libertad,
Amas la bondad de mis tropas,
La rebeldía en mis cabellos,
Amas la turbulencia en mi cabeza.


Soy bendita en las mujeres,
Vencí la desidia, el desdén
Triunfé.

Si mis manos te buscasen
En la oscuridad de la mitad de la noche,
Te pido, ser mío;
Déjate encontrar y si tus ojos humanos
Son insuficientes
Te pido, alma mía;
Deja a tu corazón escudriñar
En mi fuero.

Así seremos la grandeza del espectro,
Y sin humildad, más fuertes que Dios.

Memoria blanca


Mirando el campo todos los días por la ventana del bus municipal, el cristal rayado hacía las veces de espejo y podía ver ese colorcillo gritón del mono que usábamos todos en el colegio de esa época; era el 95 o 96. Mis recuerdos más preciados e imborrables se acomodan a Junio y julio de esos años mencionados, las tardes llegando a casa corriendo por toda la vía  sin pavimentar levantando el polvo que en las lluvias se volvía barro delicioso y divertido, mis últimas clases del día se unían nuevamente desde las ventanas vistas en la mañana hasta esas ventanas de madera verde que dejaba ver la cancha de 24x24 que era nuestro polideportivo de la imaginación, allí jugué futbol y microfútbol, fue mi pista de atletismo, mi salón de baile y donde por primera vez recibí el golpe de un balón de plástico en la cara. Ese jovencito de tez blanca era tan gordo como los huevos azucarados que comía todos los días en el fabuloso recreo en el patio de 4-B. Era un ritual, desenvolver el huevo del empaque transparente con publicidad en color azul y se dedicaba a lamer y saborear la bola de dulce blanco que mezclado con saliva proporciona a la piel y los dedos la capacidad de permanecer pegados por horas emanando el olor palpable de la niñez con el dulce. Recuerdo el olor de mi vómito cuando él se acercaba mucho como el día que su pie golpeó el balón y a su vez mi cara, no atinaba a decir alguna grosería sólo pensaba en Cesar, el rubio modelo de Bubble gummers que se sentaba en las escaleras del auditorio principal de 5-B. Cuando abrí los ojos y corrí al baño a limpiarme la sangre de la nariz vi venir al gordo con su huevo babeado con sus rodillas pegaditas, lo siguiente que vi fue el vomito amarillo y café saliendo por mi boca en el lavabo… Era una pena que mi única interacción con Cesar se hubiese convertido en un fracaso prematuro y que mis cincuenta pasos anteriores al jardín del largo pasillo de la adolescencia ya estuvieran manchados por un golpe en la cara, una nariz rota y vomito en el baño.
Me quitaba un zapato en la cocina y otro en la habitación, mi jardinera adornaba el computador de escritorio de toda la familia, ese que la imagen era en blanco y negro. La diversión empezaba casi a las cinco de la tarde, los dos compañeros de vida me esperaban en la reja como un par de  perros fieles, en dos minutos alistaba el mono para el siguiente día junto a los cuadernos en posición de haber hecho tareas o repasado. Se esfumaban las reminiscencias de la tarde entre los devaneos del árbol más alto y frondoso que he visto. Donde años después habría una casa de madera allí arriba donde Juan, Mimí y yo pintábamos las paredes de blanco para poder bordear los tablones con un color bello como el rojo o el amarillo. A Juan siempre le gustó el azul sin convencerse de la tragedia que trae ese tono inofensivo. Yo no confié en el azul.  Ese también fue el resguardo de muñecas de un sólo ojo, gatos bípedos, conejos sucios y toda clase de hojas de diferentes tamaños, colores y sabores. Recuerdo esas flores blancas que me entorpecían la lengua dejándome el sabor agrio en las encías rosadas pero era insoportable la sensación después de diez minutos, los pétalos triturados bajando por mi garganta dejando a su paso el sabor de inframundo que por lo menos no dejaba hablar en una o dos horas… Años después decidimos quemarlas y fumarlas.
La sensación era otra.
La roída levedad de esas tardes le brindaba al ocaso un acto diferente al de las películas, ahí era cuando la vida se nos iba y Mimí tomaba la existencia de un extremo para exprimirla conmigo. Casi podíamos escuchar a nuestras madres gritar por la ventana un ‘’PARADENTRO-YA’’ Al unísono, sin separarlo, como un escupitajo o un impulso, las dos gritaban la palabra mágica a las siete en punto de la noche. Mientras los segundos pasaban a paso lento en el desierto la extraordinaria imaginación de los caballos viejos de ramas podridas, las gallinas ciegas tramposas y los cucarrones pataleando suspendidos del suelo; eran quienes tomaban parte del aniquilamiento diurno y por eso era mi parte favorita del día. Parece que tuviéramos un equipo entero de fútbol con sus porristas incluidas dentro de la cabeza, cuarentaiocho mentes dentro de una, la lluvia de ideas con colores, accidentes y risas hacían sentir que había merecido la pena aguantar seis horas de escuela con sus veinte niños llenos de mocos y dulces, la profesora Marilyn y su amiga Diana tan joviales y feas pero tan buenas como las mantas y el chocolate caliente… Aguantar también el largo camino a casa  que a veces disfrutaba en bicicleta cuando mi prima me esperaba tan puntual para llevarme por las calles vacías y viejas, qué fatídico era el momento de entrarme a casa o al salón de clases. La verdad es que los sitios cerrados tan cuadriculados, los sitios de ventanas selladas con aromas pacientes y hasta mortuorias siempre me han quitado la tranquilidad trayéndome la sensación de desolación más íntima. Eran esos momentos los que me adentraban en el obscuro posicionamiento de intermitencia que ha sido la lucha interna de los años vividos. Recuerdo con efervescencia los martes en la escuela cuando teníamos la clase más didáctica, por lo menos, hasta octavo grado fue otro recreo más duradero y legal: Educación Física. Mi anhelo más grande en mi segundo día de escuela en primer grado –Recuerdo tanto- fue la inmensa dicha de saber que al día siguiente usaría la sudadera azul de la escuela, el olor de la novedad, el polyester marino; eran las amabilidades con las que me recibían en el inicio de mi etapa exitosa porque, sin saberlo con exactitud, mi éxito iba menguando con los años. Cuando recién cursé Once grado conocí el término Directamente proporcional, supe ahí que mis excusas en rigor ya se justificaban con antelación por la ciencia exacta y que nada de lo que hiciera en el instante sería necesario para oprimir el botón de apagado con esa lección. Así nunca funciono el colegio.
Entonces, iba yo corriendo delante de un ganso blanco que me perseguía con sus dientes de hielo, más o menos siete u ocho gansos salvajes dormían en mi jardín y en las mañanas cuando salía a esperar la ruta y sobre todo a encontrarme con los ojos verdes de Camilo, los gansos me echaban un vistazo alzando su cuello elástico y abriendo su boca mortífera, pasaban unos segundos y volvían a enroscar la manguera de piel y plumas entre las costillas para guardarla finalmente debajo de un ala, tenía dos teorías para explicar el apacible gesto mañanero con el que siempre me saludaron sabiendo que eran irremediablemente imposibles de relacionar con otros animales o humanos; la primera obedece plenamente al horario en el que duerme un ganso porque la noche es usada para caminar, comer chizas y caracoles, Adoraban la lluvia. Los gansos dormían más de día que de noche, supuse yo con mis diez años floreciendo, que, hasta las cinco de la mañana (hora en la que salía a esperar la ruta) ellos disponían a dormirse con el pasto helado en el pecho sintiendo el rocío blanco sobre las frentes y los picos, sencillamente estaban agotados, querían descansar. Mi segunda teoría o por lo menos la que me hacía sentir especial consistía en que yo decididamente me acercaba a la puerta grande de la casa pensando que sentían algún tipo de conexión amigable conmigo a esa hora de la mañana porque yo lucía fresca y radiante. A Juan lo picaron varias veces y él gozoso nos exhibía las heridas hechas cicatriz, había una particularmente bonita cerca a la rodilla que años después intervinieron quirúrgicamente a causa de un partido de fútbol, una escalada en árboles cerca al carrito de piedra y un accidente ocasionado por Mimi y yo en las escaleras; la cicatriz era como el techo de una casa o más bien, un hogar. Triangular. Cuando Juan cumplió quince, con su cirugía la cicatriz se convirtió en una fina letra ‘’A’’, la chuzaba con mis dedos para saber si le dolía para conocer la verdad de esa letra dada al azar decía Juan o a no portarse bien decía la mamá de Juan. Hoy viene a mi memoria la sensación viva acompañada del olor profundo de las tardes después del almuerzo o más bien durante las tres o cuatro cucharadas de arroz y el jugo de guayaba que devoraba como un perro hambriento, esto era sobre todo en las vacaciones… ¡Enero y Julio añorados!... No podía, ni siquiera, digerir la comida. Mi mente era una agencia de vacaciones llena de neuronas creativas. Miraba por la ventana para ver llegar a mis compañeros; Uno con la pantaloneta hasta la rodilla, las mismas medias blancas del día anterior ahora de color café y una camiseta con algún personaje de la televisión apta para niños, la otra, quien se vestía como yo, llevaba falda de colores como naranja, verde o amarillo, una camiseta de otro color extraño y las moñas más grandes y extravagantes que encontraba. La sensación salta de la alegría a la efusividad para toparse con la melancolía porque luego cuando Juan se enfadaba porque lo obligábamos a jugar como niña nos ambientaba mágicamente las estrofas de The Cat in the hat (Violentamente dulces). Muy fastuosas y peligrosas eran las invitaciones que venían frente a cada uno de nosotros como cuando cursaba quinto grado y empezaban las hormonas a destaparse la boca para reconocer el sitio en el que estaban, eran impertinentes, escandalosas, confusas… Era la puerta que jamás quise cruzar, tenía miedo cuando uno de mis gordos y poco agraciados compañeros tocaba accidentalmente mi mano al intercambiar un lápiz o algún color, la sensación era bizarra; un sacudón por la mano entera desde los dedos que empezaban a paralizarse –Y yo que pensaba que eso sólo sucedía con el enamoramiento- O por lo menos, eso veía en las novelas con mi madre. No, a mí me sucedía con todo aquel que me tocase. Cuando entré a la secundaria todo empeoró porque mi vasta experiencia de diez años me alcanzaba cientos de veces para explicarle a mis compañeros como curarle el ala a una paloma anticipando su recuperación en casa por unos días y luego estaría lista para recorrer los cielos o también podía contarles en todos los recreos como hacíamos con Mimi unos pasteles de arena con agua que se convertían en la revolución culinaria ‘’New age`` con las flores de colores amigables que adornaban su cubierta. Mi territorio era el campo, los perros y las lombrices, los pies malolientes, los dinovos de fresa, las arañas, las frutas que bajábamos de los árboles, los descubrimientos bajo la tierra, las tardes de sol, las quemaduras en la piel, las piscinas verdes para gansos, las onces a las cuatro de la tarde en la mesa del té, las escondidas, los congelados, los partidos de futbol que nadie terminaba, las noches sentada en la cama de mi padre pintando o dibujando, las sencillas fiestas de cumpleaños con los mismos tres invitados de todos los años excepto por mi cumpleaños número siete donde usé el vestido rojo de terciopelo más hermoso que han vestido mis brazos, ese cumpleaños donde se fue la luz y todos huyeron sin dejar regalos… Mi territorio estaba infestado de maleza que recortaba en mis vacaciones con las manos y las palas para niños, las flores que sembrábamos para que días después los perros echaran encima su osamenta. Definitivamente en sexto grado, los chicos no comían huevos de dulce o fanfarroneaban en clase de inglés, eran la versión del averno y yo debía estar allí para soportarlo porque era mi deseo estar justamente en esa clase, de ese colegio, de ese pueblo. Ni siquiera imaginaba que mis diez años con tanta aventura encima eran solamente los suspiros antes del bostezo.
Eso me hacía pensar que por más que amara la naturaleza no podría vivir dentro de ella en el camino que se asentaba desde mis once años. Abril, mi cumpleaños, diferente a los demás: una tarde en casa, mis padres trabajaban y las iluminaciones monstruosas eran parte de los rayos y relámpagos que revivían al día casi muerto. Venían los aires de Nothing’s impossible, yo debía aplacar todos mis demonios y recorrer con ardor dominical todos estos días nauseabundos de colegio. Las hormonas cada vez se ponían más difíciles como si ellas fuesen las dueñas de mis treintaicuatro compañeros… Aún los recuerdo, enseñándome nuevos términos, dejando en el pupitre de madera mis lecciones de curar aves. ¿Dónde habían nacido todos esos animales con aspecto de humano o donde había nacido yo? Estaba terriblemente confundida.
La empatía se personificaba con los días, las clases, los nuevos maestros; estaba enamorada de ese colegio, pero claro, el enamoramiento me duró unos meses o un año. Todo empeoró cuando empecé a ver a Rousseau hasta en la cuchara de la sopa. Yo tenía una pantalla marcada en la frente que únicamente receptaba –Corromper, corromper, corromper- Y depende del punto planteado es malo o bueno. Yo no lo veía de ninguna forma, solamente estaba dispuesta a corromper y dejarme corromper. Empecé a detestar a mi maestra de Matemáticas a quien Pitágoras le sirvió para rediseñar y calcular la nueva cirugía de estiramiento facial y Tales le colaboraba de vez en mes con su irregular feminidad (Si tres son más paralelas, si tres son más parale-le-le-las, son cortadas, son cortadas por dos transversales… Tales Tales de Mileto) Yo llevaba mis audífonos a la clase numérico-irracional porque ya no era tan dulce y obediente como antes era más bien una especie de máquina de monta carga; me tragaba la basura verbal de los  burros de mono azul y después estaba preparada para desaprobar con mis ojos negros a la maestra idiota de cabello rubio (No generalizo) y sus reflexiones que no me hacían justicia. Ahí empecé mi mala relación con las matemáticas, la religión, la ética y mis compañeros de salón.
¿Qué había sucedido con los años de dicha y todo lo bonito que amaba de la vida? Las preguntas no se hacía esperar pero las respuestas se atascaban en las cercas de púas que separaban la niñez y la adolescencia, yo esperaba la tenue brizna de las tardes en casa pero estaba gastando más tiempo en añoranzas y en este punto ya no se valía imprimirle al tiempo tanto sentimiento. El arte allí se limitaba a las cubetas de huevos pintados de colores, al aserrín con piojos en clase de ciencias… No había nada más. Los adultos me miraban taciturna pero fuerte, si bien la alegría menguaba la vida se empecinaba en abrirse camino así fuese a las seis de la tarde sin cucarrones ni gritos de las madres, yo no quería esa vida ya. Pero no era mi decisión.
Nunca fue mi decisión.
La negrura de la noche se apoderaba de esos cuartos blancos con sus piezas de fieltro que de día parecían mástiles, Mimi ya no era Mimi, Juan ya no era Juan y yo no sabía ni siquiera en qué sitio estaba, las extrañezas de los días crecían con sus largos brazos esqueléticos que no arrullan pero desnudan la mente sin liberarla haciéndole un hueco a la memoria que va desde mis primeros pasos hasta el suicidio. Eso sucedería unas décadas más tarde.
Por ahora eso era lo que tenía; Una maestra de nombre ridículo cantando estrofas de panela para la cabeza que efectivamente jamás olvidé, compañeros raros que no quería conocer y debía aguantar las tardes después del colegio en casa de alguno de ellos haciendo carteleras o tareas grupales para no caer… Para no caer. Años después estas tareas colectivas en la comodidad de una casa y ojalá fuese sin madre abordo más bien con madre trabajadora de jornada larga, se convirtieron esas tardes acompañadas con un vino o unas agüitas anisadas en lo que de verdad sería la excusa perfecta para I wanna live i wanna love but is the long hard road out of hell.

Se es-f-humó



¿Dónde está la tierra fértil?
¿Qué fue de la humedad en mis dedos?
Antes había un par de ojos donde ahora sólo hay una gran cloaca,
El alba pesa,
Toneladas de luz,
Racimos de buitres.


¿Dónde está la noche culminada en sueño?
¿A qué hora se muestra la sorpresa?
Ahí,
Había un par de pulmones vigorosos,
Aquí,
Hay un par de hoyos en lodazal.

... Casi como la piel de un gato, como un corazón palpitante, ¿lo escuchas?

... Casi como la piel de un gato, como un corazón palpitante, ¿lo escuchas?
Gracias por no gritar.